CURIOSIDADES


El rey de la Faba

La Coronación del Rey de la Faba es una tradición, instaurada en Navarra por la corte de los Teobaldos (Teobaldo I reinó entre 1234 y 1253, y su hijo Teobaldo II lo hizo de 1253 a 1270) y recuperada por la peña Muthiko Alaiak, que se celebra desde los años 70 de forma itinerante en diversas localidades navarras, pocos días después del día de Reyes.

La celebración del Rey de la Faba está documentada desde el siglo XIV (1381) y se celebraba allá donde se encontraran los reyes en ese día. El día de la Epifanía, los monarcas reunían a un grupo de niños pobres y les invitaban a comer un pastel o rosco en el que hallaba oculta una haba ("faba", en lenguaje medieval).

El monarca solía invitar a los niños necesitados a comer un rosco y aquel que encontrase la "faba" era proclamado rey por un día y era vestido con las galas de un monarca, y entronizado con los fastos y honores de la corte al grito de «¡Real, Real, Real!».

La fiesta comienza a las 12 del mediodía con el pregón inaugural, y la música y las danzas invaden las plazas y calles de la localidad hasta las 18 horas. En ese momento la comitiva medieval encabezada por el rey de armas al que siguen escuderos, caballeros y damas y los tres brazos de las Cortes de Navarra (representantes de la villa, nobleza y clero) se dirigen a la iglesia.

Tras ellos, el Rey de la Faba escoltado por el Príncipe de Viana y doña Blanca de Navarra. Llegadas las siete de la tarde, los asistentes jurarán los Fueros y pedirán al Rey de la Faba que prometa «goardar et defender el regno a nuestro poder», antes de ser bendecido y recibir los atributos reales para ser designado monarca. El rey es alzado en medio de un caluroso aplauso mientras suenan los acordes del himno de Navarra.

Los amantes de Teruel

Hubo una vez, en Teruel durante el siglo XIII, un rico mercader que tenía una hija muy bella. La muchacha, de nombre Isabel de Segura, y un muchacho pobre pero honrado de nombre Juan de Marcilla, se encontraron un día en el mercado y se enamoraron profundamente. Los jóvenes se amaban mucho. Juan le confesó que deseaba tomarla por esposa. Ella respondió que su deseo era el mismo, pero que supiese que nunca lo haría sin que sus padres lo aprobasen. Por desgracia, pese a que Juan Marcilla era un joven de buenas prendas, no poseía riquezas ni hacienda alguna. Juan dijo a la doncella que, como su padre tan solo lo despreciaba por la falta de dinero, si ella quería esperarlo cinco años, estaría dispuesto a salir a buscar fortuna allí donde fuera necesario para poder ganar dinero y hacerse digno de matrimonio. Ella se lo prometió. 

Luchando en la Reconquista, ganó pasados cinco años cien mil sueldos. Durante ese tiempo Isabel fue importunada por su padre para que tomase marido. Ella logró impedir que la casara diciéndole que había hecho voto de virginidad hasta que tuviese veinte años y sosteniendo que las mujeres no debían casarse hasta que pudiesen y supiesen regir su casa. Pasados los cinco años el padre le dijo: «Hija, mi deseo es que te cases». Y ella, viendo que el plazo de los cinco años estaba a punto de concluir, y su novio no comparecía ni daba razón de sí, terminó por creer que estaba muerto. Enseguida el padre organizó la boda con un rico pretendiente. No obstante, en ese mismo día regresó Juan de Marcilla, que había sufrido todo tipo de contratiempos.

Esa noche, Juan logró entrar sin ser visto a la recámara en que los esposos dormían, y suavemente la despertó, rogándole «Bésame, que me muero», y ella le respondió dolida: «Quiera Dios que yo falte a mi marido; por la pasión de Jesucristo os suplico que busquéis a otra, que de mí no hagáis cuenta, pues si a Dios no ha complacido, tampoco me complace a mí». Él dijo otra vez: «Bésame, que me muero». Repuso ella: «No quiero». Entonces él cayó muerto.

Ella, que lo veía como si fuera de día por la gran luz de la habitación, se puso a temblar y despertó al marido diciendo que roncaba tanto que le hacía sentir miedo, que le contase alguna cosa. Y él contó una burla. Ella dijo que quería contar otra. Y le contó lo ocurrido y de cómo con un suspiro Juan había muerto. Dijo el marido: «¡Oh, malvada! ¿Y por qué no lo has besado?». Repuso ella: «Por no faltar a mi marido». «Ciertamente, dijo él, eres digna de alabanzas». Él, todo alterado, se levantó y no sabía qué hacer. Decía: «Si las gentes saben que aquí ha muerto, dirán que yo lo he matado y seré puesto en gran apuro». Acordaron esforzarse y lo llevaron a casa de su padre. Lo hicieron con gran afán y no fueron oídos por nadie. A la joven le vino al pensamiento de cuánto la quería Juan y de cuánto había hecho por ella, y que por no quererlo besar había muerto. Acordó ir a besarlo antes de que lo enterrasen; se fue a la iglesia del señor San Pedro, que allí lo tenían. Las mujeres honradas se levantaron por ella. Ella no se preocupó de otra cosa más que de ir hacia el muerto. Le descubrió la cara apartando la mortaja, y lo besó tan fuerte que allí murió. Las gentes que veían que ella, que no era parienta, estaba así yacente sobre el muerto, fueron para decirle que se quitase de encima, pero vieron que estaba muerta. El marido contó el caso a todos los que había delante, según ella se lo había contado. Acordaron enterrarlos en una sepultura juntos para siempre.

Homenaje a Guillem de Mont-Rodon

El "Homenaje a Guillem de Mont-Rodón" es un evento de turismo cultural y de recreación histórica que se celebra de forma periódica en Monzón en el mes de mayo, desde hace más de quince años, y que entronca directamente con el pasado medieval de la ciudad. Esta festividad, celebrada año tras año el tercer o cuarto fin de semana del mes de mayo busca conmemorar la llegada y estancia en Monzón, siendo niño, del futuro rey JAIME I, EL CONQUISTADOR y su tutela por la ORDEN DEL TEMPLE, entre los años 1214 y 1217. Es por eso que honramos la figura del comendador de la Orden, GUILLEM DE MONTRODÓN, quien aleccionó al huérfano rey Jaime durante el duro proceso vital que fue su infancia, y que a la postre forjaría su carácter como monarca.

Fue aquí donde comenzó la apasionante historia de un niño destinado a convertirse en uno de los reyes más grandes de la Historia de Aragón. Durante la celebración del Homenaje Guillem de Mont-rodón, Monzón retrocede al SIGLO XIV y revive su esplendor medieval, a través de su vertiente cultural e histórica y también lúdica, disfrutando de la compañía de personajes históricos que hicieron grande a nuestra ciudad.

Los actos más destacados son los desfiles y las recreaciones de escenas que explican la llegada del niño Jaime I a Monzón para ser encomendado a los templarios. Son 4 escenas principales: Monzón recibe a Jaime I, La decisión de Jaime I, El ascenso y cabalgata de Jaime I hasta el Castillo y la Entronización de Jaime I en el Castillo.

Las Alfonsadas

En el año 1117, Alfonso I "El Batallador" inicia la campaña contra Zaragoza, con la ayuda de parientes como de su concuñado Guillermo de Poitiers, Duque de Aquitania, y caballeros del Midi, en el Sur de Francia, además de navarros, aragoneses y de hombres de Vizcaya y Álava.

La ciudad de Zaragoza se entregó el 18 de diciembre de 1118.

Así pues el "Batallador" se proponía asediar Calatayud, sitiándola en el año 1119, pero debió salir al encuentro de un ejército almorávide enviado por el emperador Alí Ben Yusuf, receloso de los éxitos del aragonés, como último intento de frenar el avance cristiano en la batalla de Cutanda, a 50 kilómetros al sureste de Calatayud, el 17 de junio de 1120. Acto seguido como consecuencia de la victoria, el 24 de junio de 1120, se entregaban las ciudades de Calatayud y Daroca y la totalidad de los valles del Jalón y del Jiloca, quedando así abierta la ruta hacia el Levante y en concreto a Valencia.

En Calatayud existió un gran núcleo de resistencia de los árabes y esto obligó a pelear con esfuerzos y peligros, que fueron muy sangrientos, ya que no hubo árabe que no perdiese la vida, libertad o la patria. La victoria fue tan prodigiosa que se atribuyó al divino socorro de San Jorge, y hacía él ha quedado la memoria y el agradecimiento de esta noble ciudad, que festeja al santo capitán como a su restaurador.

Trasmoz,

 pueblo excomulgado

Trasmoz es un pueblo maldito que, siete siglos y medio después de ser condenado, continúa excomulgado por la Iglesia católica. ¿El motivo? Diversos litigios de la localidad con el otro tiempo poderoso monasterio de Veruela -el primero de la orden cisterciense de Aragón-, bajo el que Trasmoz negaba a someterse, acaba en 1255 con una decisión drástica del abad: expulsarlos del Reino de los Cielos para toda la eternidad.

En 1511, 256 años después de aquel episodio, un nuevo conflicto entre ambos, en esta ocasión provocado por el uso del agua, añade más leña al fuego. El superior de la comunidad lanza una maldición sobre el señor de Trasmoz, sus descendientes y toda la aldea, convirtiéndola desde entonces en un pueblo maldito. Hoy, el único pueblo maldito de toda España.

En 1511 el abad maldice al señor de Trasmoz, a sus descendientes y a toda la aldea.

Para hacerlo efectivo con mayor solemnidad, las supuestas crónicas de la época relatan una puesta en escena macabra en plena noche. Tras cubrir el crucifijo del altar con un velo negro, el abad recita el salmo 108 de la Biblia en el que Dios maldice a sus enemigos, mientras acompaña sus cánticos con contundentes toques de campana. La sentencia había sido ejecutada.

A pesar de la excomulgación y la maldición posterior, los vecinos de Trasmoz han continuado llevando a cabo sus prácticas religiosas sin aparente conflicto con el Altísimo ni con la jerarquía eclesiástica. Y es que técnicamente, a día de hoy, la condena sigue firme, ya que ningún Papa -el único que tiene potestad para invalidar dichas sentencias- ha llegado a formalizar la revocación. 


La historia de Trasmoz siempre ha estado rodeada de misterio. Existen infinidad de leyendas sobre nigromancia y aquelarres celebrados en el viejo castillo, lugar de reunión de las brujas de la zona, que se han ido alimentando durante siglos, perdurando hasta nuestros días.

No es de extrañar que miles de foráneos se acerquen cada año hasta este rincón y visiten su museo dedicado a la brujería y las supersticiones, atraídos por el ocultismo, el misterio y por la narrativa de Gustavo Adolfo Bécquer. Y es que el poeta y escritor dedicó al castillo y al pueblo tres cartas de su obra Desde mi celda, que escribió cuando residía en el monasterio de Veruela, aquejado de tuberculosis.

A partir de testimonios del lugar, Bécquer narra la muerte de Tía Casca, considerada la última bruja de Trasmoz, despeñada por un barranco por sus vecinos, hartos de sus hechizos y males de ojo. Se dice que desde entonces -era el siglo XIX-, su espíritu vaga por el pueblo ya que tal era su maldad, que ni el mismísimo demonio la aceptó en el infierno.

Trasmoz es en la actualidad un diminuto pueblo que apenas alcanza el centenar de almas encaramado en la falda de una colina coronada por un castillo medieval. La fortificación, hoy en ruinas, fue construida en el siglo XII y abandonada trescientos años más tarde, lo que explica su estado. En los últimos años se han llevado a cabo trabajos de restauración, especialmente centrados en la torre del homenaje.



Las Ánimas

La fiesta de Las Ánimas se celebra en Soria el 1 de noviembre y ha sido declarada Fiesta de Interés Turístico Regional el 15 de marzo del 2023.

Surgió en 1986 como una actividad literaria vinculada a la Escuela de Adultos de Soria que consistió en subir al conocido como Monte de las Ánimas, en las cercanías de Soria, para leer la leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer. Desde 2013 la lectura se trasladó al actual emplazamiento, junto al río Duero y la muralla medieval que, decorada artísticamente, sirve de evocador telón de fondo a la lectura de la leyenda. En el podio, un lector interpreta la leyenda con voz poderosa. La lectura se acompaña de sonidos que refuerzan los distintos pasajes del relato: aullidos de lobos, campanas, crujido de pasos en la madera, el viento, puertas que chirrían… otorgan al espectáculo un carácter único, experiencial, donde más de un escalofrío recorre la espalda de los espectadores, que asisten al evento en silencio sepulcral.

Esta mágica noche termina con el acto del paso del fuego descalzo sobre una alfombra de brasas incandescentes y un posterior espectáculo pirotécnico.

La fiesta de Las Ánimas se enmarca dentro del Festival de las Ánimas. Los días previos tienen lugar diferentes actos: Representaciones, concursos de lectura, escape rooms y un largo etcétera. Destaca el Desfile de Ánimas, que recorre las calles del centro de la ciudad en la tarde del 31 de octubre, amenizado con percusionistas, gigantes zancudos, templarios, estandartes medievales, esqueletos, candiles, antorchas…, seguidos por una multitud de asistentes.


LOS CABALLEROS TEMPLARIOS

Los caballeros templarios se establecieron en torno a 1119, y recibieron el reconocimiento papal en 1129. Fue una orden militar católica medieval cuyos miembros combinaban la destreza marcial con la vida monástica y defendían los lugares santos cristianos y a los peregrinos en Oriente Medio y en otros lugares. Los templarios, cuya sede estaba en Jerusalén y después en Acre, fueron una élite importante de los ejércitos cruzados.

Con el tiempo, los caballeros templarios llegarían a ser muy poderosos, llegando a controlar tierras y castillos en Levante y por toda Europa. Acusada de herejía, corrupción y de llevar a cabo prácticas prohibidas, la orden fue atacada por el rey francés Felipe IV(que reinó de 1285 a 1314) el viernes 13 de octubre de 1307 y después fue desmantelada oficialmente por el papa Clemente V (que sirvió de 1305 a 1314) en 1312.

Fundación y primeros años

La orden se formó en torno a 1119, cuando siete caballeros, liderados por un caballero noble francés de Champaña, Hugh de Payns, juraron defender a los peregrinos cristianos en Jerusalén y la Tierra Santa, para lo que creó una hermandad que adoptó votos monásticos, incluido el de pobreza, y cuyos miembros vivían juntos según un código de conducta establecido. En 1120, Balduino II, el rey del reino de Jerusalén, que gobernó de 1118 a 1131, entregó a los caballeros su palacio, la antigua mezquita de Aqsa en el Templo del Monte de Jerusalén, para que lo usaran a modo de sede. El edificio se conocía comúnmente como "El templo de Salomón", por lo que a la hermandad pronto se la empezó a llamar "la Orden de los Caballeros del Templo de Salomón, o simplemente "templarios".

Fueron reconocidos oficialmente como orden por el papa Honorio II (1124-1130) en el Concilio de Troyes en enero de 1129. Fue la primera orden militar en crearse, y en un principio se los consideraba como una rama de los monjes cistercienses. En 1145, los caballeros de la orden recibieron permiso para llevar en manto con capucha blanco que los cistercienses habían hecho suyo. Los caballeros adoptaron pronto su distintiva capa blanca y empezaron a usar la insignia de la cruz roja sobre un fondo blanco. La doctrina religiosa no presentaba ningún impedimento a la lucha, siempre y cuando fuera por una causa justa: las cruzadas y la defensa de la Tierra Santa era exactamente ese tipo de causa. Así que la orden recibió el respaldo oficial de la Iglesia. La primera gran batalla en la que participaron los caballeros templarios fue en 1147 contra los musulmanes durante la segunda cruzada (1147-1149).

LA ORDEN RECIBÍA DONACIONES DE TODO TIPO, PERO LAS MÁS COMUNES ERAN DINERO, TIERRAS, CABALLOS, EQUIPO MILITAR Y COMIDA.

La orden creció gracias a las donaciones de los simpatizantes que reconocían la importancia de su papel como defensores de los pequeños estados cristianos de Levante. Otros, desde los más pobres hasta los más ricos, daban lo que podían simplemente por asegurarse una buena vida tras la muerte y, como se podía mencionar a los donantes en las misas y las oraciones, puede que también buscaran una vida mejor en el presente. La orden recibía donaciones de todo tipo, pero las más comunes eran dinero, tierras, caballos, equipo militar y comida. A veces también se donaban privilegios, lo que permitía a la orden ahorrar en sus propios gastos. Los templarios también invertían el dinero en comprar propiedades que producían ingresos, con lo que acabaron poseyendo granjas, viñedos, molinos, iglesias, pueblos y cualquier otra cosa que considerasen una buena inversión.

Otra manera de aumentar las arcas de la orden era gracias a botines y tierras adquiridas como resultado de campañas victoriosas, además de que también podían exigir tributos a las ciudades conquistadas, las tierras bajo el control de los castillos templarios, y los estados rivales más débiles en Levante. Con el tiempo, la orden pudo establecer centros secundarios en la mayoría de estados de Europa Occidental, que se convirtieron en fuentes importantes de ingresos y de reclutas.

Puede que el dinero entrara a espuertas desde todos los rincones de Europa, pero también tenían que hacer frente a un alto coste. Mantener a los caballeros, sus escuderos, sus caballos (a menudo cada caballero tenía cuatro), su armadura y el resto del equipo drenaba las finanzas de los templarios. También tenían que pagar impuestos al Estado, hacer donaciones al papado, y a veces pagar diezmos a la iglesia, además de otros pagos a las autoridades locales, mientras que realizar misas y otros servicios tampoco era nada barato. Los templarios también tenían un propósito caritativo, y se suponía que tenían que ayudar a los pobres. Una décima parte del pan que producían, por ejemplo, se repartía entre los necesitados a modo de limosna. Por último, los desastres militares tenían como resultado las pérdidas tanto de hombres como de propiedad en cantidades enormes. No se conocen con exactitud las cuentas de los templarios, pero es bastante probable que la orden nunca fuera tan rica como todo el mundo cree.

A partir del siglo XII, los templarios ampliaron su influencia y lucharon en las campañas cruzadas en la península ibérica, en la Reconquista, para varios gobernantes españoles y portugueses. También operaron en las cruzadas bálticas contra los paganos, y para el siglo XIII los caballeros templarios tenían tierras desde Inglaterra hasta Bohemia y se habían convertido en una orden militar verdaderamente internacional, con muchísimos recursos a su disposición: hombres, armas, equipo y una importante flota naval. Los templarios habían establecido un modelo que sería copiado por otras órdenes militares como los caballeros hospitalarios y los teutónicos. Pero hay un área en la que los templarios realmente destacaron: la banca.

Banqueros medievales

Como los lugareños las consideraban lugares seguros, las comunidades y los conventos templarios se convirtieron en depósitos de dinero, joyas y documentos importantes. La orden tenía sus propias reservas de dinero en efectivo, que, ya desde 1130, se aprovecharon como préstamos con intereses. Los templarios llegaron incluso a permitir a la gente depositar el dinero en un convento y, siempre y cuando pudieran presentar la carta adecuada, a transferirlo y retirar el dinero equivalente de otro convento diferente. Otro de sus servicios bancarios primitivos consistía en que la gente podía tener lo que hoy en día se llama una cuenta corriente con los templarios, en la que pagaban depósitos regularmente y acordaban con los templarios el pago, de parte del titular, de una suma fija a quienquiera que nombrara el titular. Para el siglo XIII, los templarios se habían convertido en unos banqueros lo suficientemente competentes y de confianza como para que los reyes de Francia y otros nobles mantuvieran su tesorería con la orden. Los reyes y los nobles que partían a las Cruzadas a la Tierra Santa, para poder pagar a sus ejércitos en el momento y suministrar provisiones, a menudo adelantaban grandes sumas de dinero en efectivo a los templarios para poder retirarlas una vez llegados a Levante. Los templarios incluso prestaban dinero a los gobernantes y así se convirtieron en un elemento importante de la estructura económica cada vez más sofisticada de la Europa medieval.

Organización y reclutamiento

Los reclutas provenían de toda Europa Occidental, aunque Francia fue la fuente más importante. Estaban motivados por un sentido de obligación religiosa a defender a los cristianos de todas partes, pero especialmente de la Tierra Santa y los lugares sagrados, como penitencia por los pecados cometidos, o como una manera de asegurarse la entrada al Cielo, o por razones más mundanas como la búsqueda de aventura, las ganancias personales, la promoción social o sencillamente unos ingresos regulares y comidas decentes. Los reclutas tenían que ser hombres libres e hijos legítimos, y si querían convertirse en caballeros medievales, a partir del siglo XIII tenían que ser descendientes de caballeros. Aunque era raro, un hombre casado podía unirse a la orden siempre y cuando la esposa estuviera de acuerdo. Se esperaba que muchos reclutas hicieran una donación importante al entrar en la orden, y como las deudas estaban muy mal vistas, la situación económica del recluta ciertamente era un aspecto a tener en cuenta. Aunque algunos menores se unían a la orden, por supuesto enviados por sus padres con la esperanza de que un hijo menor que no iba a heredar nada recibiera un entrenamiento militar útil, la mayoría de los reclutas tenían entre 20 y 30 años. Algunos reclutas se unían más adelante. Un ejemplo es el gran caballero inglés Sir William Marshal, que murió en 1219 y que, al igual que muchos nobles, se unió a la orden justo antes de morir, le dejó dinero en su herencia y fue enterrado en la iglesia del Templo, en Londres, donde todavía se puede ver su efigie.

Dentro de la orden había dos rangos: caballeros y sargentos, y en el segundo rango estaban incluidos los seglares y el personal civil. La mayoría de reclutas pertenecía al segundo rango. De hecho, el número de caballeros dentro de la orden era sorprendentemente pequeño. Puede que en cualquier momento dado no hubiera más de unos pocos cientos de monjes templarios, aunque en periodos de guerras intensas puede que el número ascendiera hasta los 500. Estos caballeros habrían estado superados por mucho por los demás soldados que usaba la orden, como la infantería (los sargentos o reclutas de tierras vasallas) y los mercenarios (especialmente arqueros), así como escuderos, porteadores y demás personas no combatientes. Entre los demás miembros de la orden se contaban los sacerdotes, los artesanos, los peones, los sirvientes e incluso algunas mujeres miembros de conventos afiliados.

LA ORDEN ESTABA DIRIGIDA POR EL GRAN MAESTRE, QUE ESTABA EN LA CIMA DE UNA PIRÁMIDE DE PODER. LOS CONVENTOS SE AGRUPABAN EN REGIONES GEOGRÁFICAS CONOCIDAS COMO PRIORATOS.

La orden estaba dirigida por el Gran Maestre, que estaba en la cima de una pirámide de poder. Los conventos se agrupaban en regiones geográficas conocidas como prioratos. En las zonas turbulentas como el Levante, había muchos conventos en castillos mientras que en otras partes se establecían para controlar las áreas en manos de la orden. Cada convento estaba regido por un "preceptor" o "comandante", que respondía al jefe del priorato en el que se encontraba el convento. Las cartas, los documentos y las noticias viajaban de un convento a otro, todos con el sello de la orden (normalmente dos caballeros en un solo caballo) para fomentar cierta unidad entre las distintas ramas distantes. Los conventos normalmente enviaban un tercio de sus ingresos a la sede de la orden. El Gran Maestre vivía en la sede de Jerusalén, y después en Acre a partir de 1191 y en Chipre desde 1291. El Gran Maestre tenía el apoyo de otros oficiales de altos cargos como el Gran Comandante y el Mariscal junto con otros funcionarios de menor importancia encargados de suministros como la ropa. De vez en cuando se celebraban encuentros de los representantes de toda la orden y parece que también de las secciones provinciales, pero parece que los conventos locales disfrutaban de una gran autonomía, y solo se llegaron a castigar las faltas graves.

Uniforme y reglas

Los caballeros hacían votos al ingresar en la orden, como en un monasterio, aunque no eran tan estrictos ni estaban restringidos a permanecer siempre dentro de la vivienda comunal. La promesa de obediencia al Gran Maestre era la más importante que hacían, acudir a las misas era obligatorio, así como el celibato, y se daban por supuestas las comidas en común (estas comidas contaban con carne un día sí y otro no). No estaban permitidos los placeres terrenales, entre los que se contaban los pasatiempos tan característicos de caballeros como la caza y la cetrería o llevar la ropa llamativa ni las armas por las que eran célebres los demás caballeros. Por ejemplo, a menudo los cinturones eran de decoración, pero los templarios llevaban un simple cordel de lana que simbolizaba su castidad.

Los templarios también llevaban una sobrevesta blanca sobre la armadura, como ya se ha mencionado, con una cruz roja en el lado izquierdo del pecho. La cruz roja también se llevaba en la librea de los caballos y en la bandera de la orden. Con esto se distinguían de los caballeros hospitalarios, que llevaban una cruz blanca sobre fondo negro, y de los caballeros teutónicos, que llevaban una cruz negra sobre un fondo blanco. En contraste, los escudos de los templarios normalmente eran blancos con una tira ancha negra en la parte superior. Los sargentos llevaban una túnica o capa marrón o negra. Otra característica que distinguía a los templarios era que todos tenían barba y llevaban el pelo corto (para los estándares medievales).

Los caballeros ordenados podían tener sus propiedades personales, móviles o fijas, a diferencia de otras órdenes militares. Además, también eran algo menos estrictos en cuanto a los ropajes: los templarios tenían permitido llevar lino en primavera y verano, no solo lana, cosa que seguro agradecían los miembros de climas más templados. Si no se seguía alguna de las normas de la orden, conocidas en conjunto como la Regla, los miembros recibían un castigo que podía ir desde la retirada de privilegios hasta los latigazos o la cárcel de por vida.

Las cruzadas

Como eran hábiles con la lanza, la espada y el arco, además de tener armaduras buenas, los templarios y otras órdenes militares eran los que estaban mejor entrenados y equipados de cualquiera de los ejércitos de cruzados. Por este motivo, a menudo se los enviaba a defender los flancos, la vanguardia o la retaguardia de cualquier ejército en movimiento. Los templarios eran especialmente conocidos por sus disciplinadas cargas a caballo en grupo que, cuando marchaban en formación cerrada reventaban las líneas enemigas creando el caos para que las tropas aliadas aprovecharan la confusión y avanzaran. También eran muy disciplinados en la batalla y en el campamento, y tenían penas severas para cualquier caballero que no siguiera las órdenes, incluida la expulsión de la orden por perder la espada o el caballo por descuido. Dicho esto, a veces a los comandantes de las cruzadas les podía resultar difícil controlar a la orden en conjunto, ya que a menudo eran las tropas más ansiosas y fervientes por ganarse el honor y la gloria.

En muchas ocasiones los templarios estuvieron encargados de defender pasos importantes como el del Amanus, al norte de Antioquía. Se apoderaron de tierras y castillos que los estados cruzados no podían mantener por falta de personal. También construyeron los castillos destruidos, o construyeron nuevos, para defender mejor el oriente cristiano. Los templarios tampoco se olvidaron nunca de su función original como protectores de los peregrinos, y se hicieron cargo de muchos fuertes pequeños a lo largo de las rutas de peregrinos en el Levante, o actuaron como guardaespaldas.

A pesar de que participaron en muchas victorias como la del asedio de Acre en 1189-91, Damietta en 1218-19 y Constantinopla en 1204, también hubo importantes derrotas por el camino, y su reputación marcial era tal que los templarios esperaban ser ejecutados si los capturaban. En la batalla de La Forbie en Caza en octubre de 1244, un ejército ayubí derrotó a un gran ejército latino y mataron a 300 caballeros templarios. 230 templarios capturados fueron decapitados tras la batalla de Hattin en 1187, en la que ganó el ejército de Saladino, sultán de Egipto y Siria, que gobernó de 1174 a 1193. Como era costumbre en la época, se pedía un rescate a cambio de los miembros más importantes de la orden. Tuvieron que renunciar al castillo templario en Gaza para lograr la liberación del Maestre, capturado tras esa misma batalla. La batalla de El Mansurá en Egipto en 1250 fue otra derrota importante durante la séptima cruzada (1248-1254.) Sin embargo, la importante red de conventos que tenían siempre parecía capaz de reponer cualquier pérdida material o de personal.

Críticas, juicio y abolición

Como en gran medida imponían su propia ley y eran una amenaza militar potente, los gobernantes occidentales empezaron a desconfiar de las órdenes militares, especialmente cuando empezaron a acumular una gran red de tierras y reservas de dinero. Al igual que otras órdenes militares, los templarios también habían sido acusados desde hacía tiempo de abusar de sus privilegios y extorsionar el máximo beneficio de sus negocios. Fueron acusados de corrupción y de sucumbir al orgullo y la avaricia. Quienes los criticaban decían que llevaban una vida muy fácil y se gastaban el dinero que bien podía servir mejor para mantener a las tropas de la guerra santa. También se los acusó de malgastar recursos para competir con otras órdenes rivales, especialmente los hospitalarios. Por último, también estaba el argumento que decía que monjes y guerreros no eran una combinación compatible. Algunos incluso reprendían a la orden por no tener interés por convertir a los musulmanes, limitándose a eliminarlos. La mayoría de estas críticas estaban basadas en la falta de conocimiento de los asuntos de la orden, en una exageración de su riqueza real y en un sentimiento general de envidia y desconfianza.

Para finales del siglo XIII, muchos consideraban que las órdenes militares eran demasiado independientes, y que la mejor solución sería amalgamarlas en una única orden para que la Iglesia y los gobernantes individuales de cada estado pudieran controlarlas mejor. Después, a partir de 1307, empezaron a circular acusaciones mucho más serias sobre los templarios. Se decía que negaban de Cristo como Dios, de la crucifixión y la cruz. Había rumores de que parte de la iniciación en la hermandad consistía en pisotear, escupir y orinar en un crucifijo. Estas acusaciones se hicieron públicas, especialmente en Francia. El clero ordinario también tenía celos de los derechos de la orden, tales como el enterramiento, que podía ser un negocio suplementario lucrativo para cualquier iglesia pequeña. La clase política y religiosa empezó a unirse para destruir a los templarios. La pérdida de los estados cruzados en el Levante en 1291 puede que fuera el desencadenante, aunque muchos todavía habrían pensado que sería posible recuperarlos, y para ello hacían falta las órdenes militares.

El viernes 13 de octubre de 1307, el rey Felipe IV de Francia ordenó arrestar a todos los templarios de Francia. Sus motivos siguen sin estar claros, pero los historiadores modernos sugieren como posibilidades la amenaza militar de los templarios, el deseo de adquirir riqueza, la oportunidad de ganar una ventaja política y prestigio sobre el papado e incluso que Felipe se creyera realmente los rumores sobre la orden. Además de negar a Cristo y deshonrar la cruz, también fueron acusados de promover las prácticas homosexuales, los besos indecentes y la adoración de ídolos. En un principio, el papa Clemente V (que estuvo en el cargo de 1305 a 1314) defendió este ataque sin confirmar de lo que era, al fin y al cabo, una de sus órdenes militares, pero Felipe logró extraer confesiones de varios templarios, incluido el Gran Maestre, Jacques de Molay. El resultado fue que el papa ordenó arrestar a todos los templarios de Europa Occidental y requisar sus propiedades. Los templarios no pudieron resistirse, excepto en Aragón, donde varios consiguieron aguantar en sus castillos hasta 1308.

Después hubo un juicio en París en 1310, tras el cual 54 hermanos fueron quemados en la hoguera. En 1314 el Gran Maestre de la orden, Jacques de Molay, y el preceptor de Normandía, Geoffrey de Charney, también fueron quemados en la hoguera, de nuevo en París, aunque el primero seguía manteniendo que era inocente cuando lo llevaban a la hoguera. Sin embargo, el destino de la orden en conjunto se decidió en 1311 en el Concilio de Vienne. Durante este concilio se tuvieron en cuenta las investigaciones realizadas durante los tres años anteriores sobre los asuntos de la orden en toda Europa, así como las confesiones (que probablemente se lograron mediante torturas), que eran algo irregulares: la mayoría de los caballeros de Francia e Italia, y tres ingleses, admitieron todos los cargos, pero ninguno lo hizo en cuanto a las acusaciones más serias en Chipre y la península ibérica. Un grupo de caballeros convocado a escuchar su defensa, de hecho no fue convocado en su momento, y el papa declaró oficialmente el fin de la orden el 3 de abril de 1312, aunque la razón fue la dañina pérdida de su reputación más que cualquier veredicto de culpabilidad. Nunca se presentaron las pruebas físicas de las acusaciones: ni registros, ni estatuas de ídolos, ni nada. Además, muchos caballeros se retractaron después de sus confesiones incluso estando ya condenados y cuando ya no servía de nada.

Se jubiló a la mayoría de los caballeros templarios y se les prohibió volver a unirse a ninguna orden militar. Muchas de las posesiones de los templarios pasaron a los caballeros hospitalarios por orden del papa el 2 de mayo de 1312. Sin embargo, gran parte de las tierras y el dinero acabó en los bolsillos de los nobles, especialmente en Castilla. El ataque a los templarios no tuvo mayor efecto en las demás órdenes militares. El debate para combinarlos a todos en una sola unidad no llegó a nada, y la orden de los caballeros teutónicos, que probablemente se merecían las críticas más que ninguna otra orden, se salvó por sus estrechas conexiones con los gobernantes laicos alemanes. Los caballeros teutónicos trasladaron su sede de Viena a Prusia, que era más remota, mientras que los caballeros de hospitalarios fueron astutos al desplazar su sede a Rodas, donde tendrían más seguridad. Ambos traslados ocurrieron en 1309 y probablemente aseguraron la existencia continuada de las órdenes de una manera u otra hasta la actualidad.